Ese loco del Evangelio
Luis María Grignión de Montfort y Juan Bautista Blain se profesaron una fiel amistad. Estudiaron junto en Rennes y luego en París. El canónigo Blain escribió una vida del padre de Montfort. Interpretamos en términos de hoy su último encuentro en 1714:
Blain: Amigo, espero que hayas descansado un poco. Anoche, cuando llegaste, tenías muy mal aspecto.
Montfort: Cierto, recorrí el camino a pie y no me detuve ni a comer.
Blain: ¡Ese es tu carácter! ¡Exageras en todo: trabajos y penitencias… ! Se te nota en la cara. Apenas si logro reconocerte.
Montfort: Pues, sí. Me siento cansado. Ya es hora de pensar en el relevo. ¿Quién va a continuar la labor de educación del pueblo cristiano que he comenzado?
Blain: Dicen que eres demasiado exigente con tus colaboradores. A mí me costaría seguirte. ¿ Quién puede vivir tan pobre, austera y despreocupadamente por el pan de cada día como tú?
Montfort: No hago más que seguir el evangelio. ¿Acaso Jesucristo y los apóstoles no vivían enteramente abandonados a la Providencia?